Crónica de una vergüenza.
Hoy caí bajo. Y lo hice frente al enemigo. Era una rueda de prensa como cualquier otra, con los de la Fechac. Llegué tarde. Ahí estaba mi némesis. Bueno, apenas hoy lo bauticé como tal. El comentarista de noticias de la competencia, y no sólo él; también el director de dicho canal. Todos trajeados y perfumados como gente decente. Yo no.
Llegó la hora en que, como parte de mis funciones, debía colocar el micrófono, emblema máxima de nuestra empresa, frente a las importantes bocas que habrian de decir importantes cosas. Tonto de mí.
Cuando intentaba estirar el micro, el cable se atoró en la mesita del cañón del proyector, así que quedé en esa incómoda posición en que no puedes depositar el objeto en la mesa, porque el cable no te alcanza, ni puedes volver a desatorar el cable porque tienes las manos llenas. Esto, justo entre la línea de reporteros y la fuente. Mi fiel camara man me salvó.
Luego de poner el pedestal en su posición, intenté poner el micro. Lo hice, relativamente. El perico explotó al instante en alrededor de tres piezas diferentes. El estrépito del micro al caer ayudó a tapar las risas ahogadas de TODA la comunidad de reporteros de los más diversos medios.
Una de radio me ayudó sosteniendo mi micro frente al que hablaba, pero el daño ya estaba hecho. Los altos directivos televisos (ya no tiene sentido ocultar a quien me refería) cuchicheaban sonrientes sobre la necesidad de contar con buen equipo, mientras yo tomaba un saludable color rojo en la faz, eso sí, con mi sonrisa de "no hay pedo, me lo tomo con humor".
Pensando que la verguenza había pasado, me dí permiso de sentarme en mi lugar. Pero no. El director de la Fechac, el señor don importante, me hace seña de que me acerque. Y ahí, justo a espaldas de quien en ese momento hablaba y por tanto, atrás del foco de atención, me pasa un resorte de mi ya deshecho pedestal. Muy amable, señor: ¿cree que salgamos al fondo de una foto en algún periódico? Esta angustia durará hasta mañana.
Llegó la hora en que, como parte de mis funciones, debía colocar el micrófono, emblema máxima de nuestra empresa, frente a las importantes bocas que habrian de decir importantes cosas. Tonto de mí.
Cuando intentaba estirar el micro, el cable se atoró en la mesita del cañón del proyector, así que quedé en esa incómoda posición en que no puedes depositar el objeto en la mesa, porque el cable no te alcanza, ni puedes volver a desatorar el cable porque tienes las manos llenas. Esto, justo entre la línea de reporteros y la fuente. Mi fiel camara man me salvó.
Luego de poner el pedestal en su posición, intenté poner el micro. Lo hice, relativamente. El perico explotó al instante en alrededor de tres piezas diferentes. El estrépito del micro al caer ayudó a tapar las risas ahogadas de TODA la comunidad de reporteros de los más diversos medios.
Una de radio me ayudó sosteniendo mi micro frente al que hablaba, pero el daño ya estaba hecho. Los altos directivos televisos (ya no tiene sentido ocultar a quien me refería) cuchicheaban sonrientes sobre la necesidad de contar con buen equipo, mientras yo tomaba un saludable color rojo en la faz, eso sí, con mi sonrisa de "no hay pedo, me lo tomo con humor".
Pensando que la verguenza había pasado, me dí permiso de sentarme en mi lugar. Pero no. El director de la Fechac, el señor don importante, me hace seña de que me acerque. Y ahí, justo a espaldas de quien en ese momento hablaba y por tanto, atrás del foco de atención, me pasa un resorte de mi ya deshecho pedestal. Muy amable, señor: ¿cree que salgamos al fondo de una foto en algún periódico? Esta angustia durará hasta mañana.
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