El señor me lo dio, el señor me lo quitó...

Una vez me pinté el pelo de rojo. Entonces, yo llamaba a mi cabellera "mi placebo de individualidad". En un intento nuevo por tener ese placebo, y distinguirme del resto de los humanos que tienen dos ojos, una boca y una nariz, me pinté unas rayas rojas en la parte trasera de mi cabeza. Era una especie de V, enmarcando la pequeña cresta cinselada por la cortapelos.

Que poco pensé en las cosas. Dije yo, no habrá problema pues está en la parte posterior de la cabeza, en donde no se ve... Error. "Eres la imágen de la empresa, y aunque no se vea a cuadro, no puedes dar esa imágen en la calle..." La primera vez me quité el pelo rojo por entrar a Papalote (te acuerdas, Patrón? no hay rencores). En qué chirrioneros pensaba al creer que la TV me dejaría salirme con la mía?

Como si esto no fuera suficiente para mi amargura, pues no es fácil ir contra una decisión de cambio que en primer lugar tardó años en llegar, me enfrenté al oprobio de la sociedad dentro y fuera de mi centro laboral. Entre el enojo, el repruebo, la sorpresa, y en el mejor de los casos, la burla, ni una sola alma caritativa se manifestó a favor del rojo. Me recordó el libro que leí de una que decía que la mayor fuerza opresora es el rechazo social, que absolutamente NADIE puede resistir si es total. (Noelle Neumman Elizabeth, La espiral del Silencio, Paidós).

Ahora estoy a la espera de que me digan oficialmente que me quite, como pueda, esas cosas rojas de la cabeza. Pero esperaré hasta que me confirmen la orden terminante... por unos minutos más, todavía me puedo hacer loco un ratito.