24 octubre 2005

Romualdo Rosas

Si agarras la avenida Juárez, antes de llegar a las vías del tren por la salida a Aldama, das vuelta a la derecha en la calle 59. Izquierda, derecha, y luego de un minuto en laberinto de terrasería, llegas. Lo digo para que se vea que no estamos hablando de Africa o de "la perfieria". Es más, se me hace que conozco a alguien en ese código postal.

Ahí viven doña Cholita y su esposo Romualdo. Fuimos a esta casa por que había ahí "dos viejitos desatendidos". Cuando vi por primera vez a Romualdo, de verdad que pensé que ya se había muerto y la viejita no se había dado cuenta. Pero no, el color cenizo, las moscas en su cara y las cavidades del cráneo perfectamente visibles eran solo causa de la desnutrición. Cuando sacó las manos de entre las cobijas para agarrar el micrófono, me volví a asustar. No tengo otras palabras para describirlas, sino como las manos de un muerto, con la piel un poco podrida.

Pero eso no fue lo peor. Lo peor para mí llegó al día siguiente. Ya publicado su caso, el municipio reaccionó y nos pidió que los llevaramos para darles despensas y atención médica. Cuando el doctor revisó a Romualdo, para lo cual quitó tantito las cobijas, vi la gravedad. Era un verdadero esqueleto, la piel totalmente aderida a las costillas, y abajo del costillar, una cavidad en donde debería haber espacio para otros órganos. Su abdomen estaba sumido varios centímetros, y no se veía sino piel colgando del único apoyo, el esternón. En serio, no se como podía estar hablándome ese cadaver viviente de 79 años. No creo que lo haya podido describir en su totalidad. Es lo más impactante que jamás haya visto. Igual que los que mueren de hambre en África, pero este estaba justo enfrente de mí, en mi Chihuahua.

Me consuela saber que ya está hospitalizado, aunque estoy casi seguro que sólo le conseguir una muerte digna más que una verdaera curación. Lo quería contar un poco para desahogarme y que se me olvide, o tal vez al revés, para que no se me olvide. Ya antes había visto pobreza. Pero esto es otra cosa, y no sé como llamarla. Morir de hambre en el Chihuahua del siglo XXI. Sí, al menos ya me siento mejor...
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